25.12.07

La escuelita de Asadur

Curioso destino el del periodismo uruguayo: ser oficialista siempre.

Las denuncias contra el hermano del vicepresidente Nin Novoa revivieron la acusación de que la prensa hace una oposición salvaje al gobierno del Frente Amplio. Pero no es cierto.
La mayor parte del periodismo es oficialista, como siempre desde 1973.
Durante la dictadura el oficialismo era impuesto: no serlo implicaba censura, clausuras, la cárcel y la amenaza de la tortura.
Durante los gobiernos de los partidos tradicionales que siguieron a la reapertura democrática, el oficialismo se debió a muchos empresarios de la comunicación, aliados de los partidos Colorado y Blanco, que “protegían” al gobernante de turno, minimizaban cualquier escándalo que pudiera afectarlo, ocultaban información y presionaban a sus periodistas para que no revolvieran demasiado.
Pero ahora gobierna el Frente Amplio y el oficialismo sigue. Curioso destino el del periodismo uruguayo.
Hoy hay una buena cantidad de medios que se asumen del Frente Amplio, y se les nota. Mientras tanto, a los grandes medios no les resulta fácil pasar a ejercer el periodismo en serio después de décadas de oficialismo más o menos recalcitrante.
Aún si quisieran, la mayor parte de las empresas periodísticas no tienen los recursos necesarios para buscar información de calidad que de verdad pueda cuestionar a un gobierno. Esas redacciones pequeñas, mal pagas, donde la mayoría son casi adolescentes, ¿pueden de verdad investigar los negociados turbios de un gobierno?
No, no pueden.
La mayor parte de los dueños de los medios no están interesados en invertir en mejor periodismo. Han vivido bien siendo oficialistas, ¿para qué cambiar? Un equipo capaz de investigar hoy a un gobierno sale caro y puede molestar mañana a una empresa que pone avisos. Puede generar problemas con UTE, Antel y Ancap. En los medios existe pavor a perder la publicidad de las empresas públicas. Ya lo dijo Visillac, el que se porta mal pierde los avisos.
Además, ha habido un cambio generacional. Los periodistas formados en la dictadura ya no están. Eso es bueno, porque los nuevos cronistas ya no creen que el periodismo sea ponerle el micrófono delante al gobernante de turno.
Pero, a su vez, un alto porcentaje de estos jóvenes periodistas son adherentes al Frente Amplio. Y aunque seguramente se esfuerzan por hacer bien su trabajo, piensan, razonan, preguntan y hablan como frenteamplistas. Por eso se indignaban con el clientelismo de los colorados pero ahora no les dice nada que el Frente Amplio coloque a miles y miles de nuevos funcionarios públicos. Por eso les parece correcto usar “la izquierda” como sinónimo de Frente Amplio (¿y Zabalza?, ¿y el Partido Independiente?, ¿y Juan Andrés Ramírez que insiste en considerarse una persona de izquierda?). Por eso les parece una verdad evidente que éste es el primer “gobierno progresista”, aunque haya muchos motivos –históricos y actuales- como para dudarlo. Nuestros gobernantes adoran a estos jóvenes periodistas. Mujica nunca les pedirá que no sean “nabos”.
No hay prueba más flagrante del oficialismo del periodismo que el modo en que reproduce el lenguaje publicitario del gobierno. Un buen ejemplo es el de la reforma tributaria. Lo que sin duda es un impuesto a los ingresos y no a la renta, es llamado “impuesto a la renta” por todos los medios porque así lo decidió el gobierno. No es algo muy distinto a lo que pasaba en los tiempos de “adelante Asadur desde Casa de Gobierno”.
Cuando la reforma tributaria comenzó a ser criticada en sus flancos más obvios (se considera “ricos” a quienes apenas ganan 15.000 pesos, no se permiten las deducciones que debería admitir un verdadero impuesto a la renta, paga lo mismo un joven soltero que quien mantiene a su pareja desempleada), buena parte de los periodistas (y los humoristas) oficialistas acallaron todo debate repitiendo el eslogan acuñado desde el gobierno: se quejan los ricos porque ahora pagan más.
Adelante, Asadur, te escuchamos.
Poco después de presentar la reforma impositiva, el equipo económico hablaba de que había que esperar tres años para modificarla. Luego el propio presidente Vázquez dijo que ésta no era la reforma tributaria que el gobierno quería. Ahora Astori anuncia que la modificará dentro de seis meses. Es decir, el periodismo uruguayo ha batido su propio récord: ahora es más oficialista que el propio gobierno. Ni siquiera Asadur, con los sables militares agitándose sobre su cabeza, llegó tan lejos.
Eso sí. Algunos medios exhiben sus discrepancias con el gobierno con toneladas de opinión. Pero eso no cuenta, no influye, porque el público está aburrido de tanta opinión. Los miles de editoriales que el diario El País escribió durante años y años, todos los días, contra el Frente Amplio no hicieron otra cosa que alfombrar el camino hacia la victoria de Tabaré Vázquez. Lo que cuenta es la información, y eso es lo que le falta al periodismo uruguayo para dejar de ser oficialista, por decisión u omisión.
No hay que engañarse: en el caso Nin Novoa el periodismo no investigó nada. Apenas ofició de correa de transmisión de una denuncia de unos políticos oficialistas contra otros políticos oficialistas. ¿No es esa otra forma de oficialismo?

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 14 de diciembre de 2007, y en Montevideo.comm

12.12.07

Hablando de Svetogorsky

Un puñado de especialistas extranjeros descubrió que el financiamiento de los partidos políticos es un tema que no interesa en Uruguay.


Fui invitado a participar de un seminario sobre financiamiento de los partidos políticos organizado por la ONG Uruguay Transparente. La propuesta era interesante: durante el seminario, unos 30 especialistas extranjeros dictarían conferencias sobre una materia en la que Uruguay está muy atrasados respecto al resto del mundo.
No es un asunto cualquiera. Una democracia en la que no se sabe quién y cómo aporta el dinero que financia las campañas electorales es una democracia turbia, renga, incompleta en el mejor de los casos. ¿Cómo sabemos que un legislador o el mismo presidente no están actuando en favor de quien, en secreto, le donó el dinero que hizo posible que fuera electo?
En esa penosa situación nos encontramos hoy en Uruguay.
Las conferencias se realizarían en el Palacio Legislativo, el 27 y 28 de noviembre. Luego de cada exposición, un panel integrado por un legislador, un académico y un periodista uruguayos debía hacerle preguntas al experto extranjero para que la concurrencia sacara más y mejores conclusiones. Me invitaban a ser uno de los periodistas que haría esas preguntas. Lo consideré todo un honor. Trasparentar el financiamiento de nuestra democracia es un capítulo pendiente y una tarea ineludible si se quiere que Uruguay avance en serio.
La conferencia en la que me tocaba participar era a las 15.00 horas del martes 28. Llegué a las 15.02 minutos y noté algo raro.
La sala del edificio anexo del Poder Legislativo en la que se iba a desarrollar el simposio estaba casi desierta. La mayor parte del centenar de cómodas butacas giratorias, cada una con su respectivo escritorio y micrófono, estaban vacías. Apenas había cuatro o cinco personas desperdigadas en el salón. Dos de ellos dormían, tirados en las butacas y con los pies sobre el escritorio.
Pensé que me había equivocado de lugar y le pregunté a una secretaria, que estaba sentada fuera. Me dijo que no había error. La conferencia era allí. Me pidió que aguardara, la actividad estaba un poco atrasada.
Entré en silencio, tratando de no despertar a quienes dormían.
La sala era moderna, con mobiliario nuevo y alfombrada con una gruesa moquette color granate. Sin embargo, no lucía muy prolija. Aquí y allá había vasos de plástico sin dueño, ejemplares del diario El Observador abandonados sobre los escritorios y unos platitos con sándwiches a medio comer.
A las 15.10 uno de los que dormía se despertó. Algunos de los pocos presentes comenzaron a hablar entre sí: por los acentos de sus voces ninguno de ellos era uruguayo. Un hombre de unos 30 años, anglófono, salió y le preguntó a la secretaria si la conferencia si dictaría o no.
Le dijeron que la actividad estaba un poco atrasada.
A las 15.12 llegó otra persona. A las 15. 18 llegaron dos más.
Los presentes comenzaron a hacer bromas entre ellos: “el seminario ya terminó”, dijo uno. “Por qué no me avisaron”, retrucó otro. Una de las mujeres presentes se quejaba de que la conexión a internet inalámbrica no funcionaba y no podía usar su laptop. Un hombre tomó un ejemplar de El Observador y leyó en voz alta: “No soy un piojo resucitado”. Leía el título de una nota que ocupaba una página entera sobre el trascendente cruce de acusaciones entre las vedettes orientales Mónica Farro y Claudia Fernández. Sentí un poco de pudor por los diarios uruguayos, el periodismo uruguayo y el Uruguay todo. En la sala, no éramos ni siquiera diez y había uno que seguía durmiendo.
A las 15.23 llegó al fin alguien que parecía ser uno de los organizadores, una mujer. La señora se me acercó, me dio la mano y me preguntó:
-¿Usted es Obando?
-No.
-Ahh. No es Obando.
-No.
-¿Usted es uruguayo?
-Sí.
-Entonces no le puedo dar un juego con las ponencias. Son para los extranjeros.
Volví a acomodarme en mi asiento. ¿Quién sería Obando? ¿Dónde estaban el académico uruguayo y el legislador uruguayo que debían hacer las preguntas conmigo?
En la sala había un gran cartel. Según se leía en él, el seminario era auspiciado por Canal 12, radio El Espectador y El Observador. También por la Presidencia de la República y la Intendencia de Montevideo. Pero allí no había un solo periodista o directivo de Canal 12, El Espectador o El Observador. Tampoco ningún funcionario o jerarca de la Presidencia o la Intendencia de Montevideo.
A las 15.26 llegó otra persona, recogió unas cosas que tenía en la sala, se despidió de los demás y se fue. También entró un mozo que se llevó los sándwiches a medio comer y no dejó nada a cambio.
A las 15.28 llegaron dos hombres que unos cinco minutos después anunciaron que empezaría la conferencia.
Se suponía que iba a hablar un periodista colombiano premiado por sus trabajos sobre el financiamiento de la política en su país y la influencia de los paramilitares, pero comenzó a hablar un hombre sobre las leyes que regulan los aportes a los partidos en el Perú.
En la sala, no había más de diez o doce personas, contando al que todavía dormía. Quizás uno de ellos fuera el señor Obando, no estoy seguro. Pero en cambio puedo dar fe que entre el público presente no había ningún legislador uruguayo, ni ningún dirigente político. Tampoco había ningún periodista. Y no había ningún académico que yo conociera. Sólo había un puñado de especialistas extranjeros aburridos y que ya habrían descubierto que en Uruguay el modo en que se financian los partidos políticos no le interesa a nadie. Cada país tiene la democracia que se merece.
Tomé mis cosas y me fui sin hacer ruido. Nunca hice las preguntas que tenía preparadas.
Que el puerto de Montevideo no pueda tener un scanner como la gente, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Que el contrabando sea un mal endémico, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué la DGI sea tan diligente con Tienda Inglesa y tan lenta con Tenfield, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué el monopolio que domina la televisión abierta haya sido beneficiado por los políticos con el gracioso oligopolio de la televisión por cable, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué Cutcsa sea celebrada por líderes de todos los partidos como una empresa modelo cuando ni siquiera coloca sus horarios en las paradas, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué el ministro Danilo Astori defienda tanto al señor Bengoa, ¿tendrá que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Es lo que tiene la falta de transparencia. Alienta la suspicacia.
Paré un taxi. Subí. Como antes, como siempre, en la radio hablaban de Svetogorsky.
Qué raro.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 7 de diciembre de 2007.

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